Manos trabajadoras

MR

Mamá nunca se pintó las uñas. Si comparo las manos de mi madre con las mías veo el abismo que separa nuestras vidas, como si un precipicio de cien años nos distanciase a la una de la otra. Las manos de mamá tienen las uñas comidas por la tierra, por la cocina de leña, por el gas butano, por las platijas con patatas cocidas, por lavar ropa y tripas encogida al lado del río. Y eso, después de hacer de esposa, madre, enfermera, cocinera, campesina e, incluso, asistente social.

Las manos de mamá están arrugadas por terremotos que fueron trazando olas en todo su cuerpo, como si su cuerpo fuera masa fresca de pan que ella insiste en seguir amasando porque aún se sabe trabajadora. Las manos de mamá tienen hendiduras abiertas por las hojas de las hoces, cráteres que excavaron los sabañones de setenta y seis inviernos.

Las manos de mamá están erosionadas por las horas debajo del agua, por el aire que las tocaba cada vez que nos enjugaba una lágrima. Las manos de mamá fueron felices cuando llegó la primera lavadora a casa y se sentó a mirar todo el programa de lavado como se estuviese viendo una superproducción de Hollywood. Las manos de mamá adormecen ahora al atardecer sobre la falda de domingo que decidió echar a diario. Adormecen sobre su cuello mientras, sentada al lado de la ventana o delante de la chimenea encendida, hace crucigramas o lee novelas, desposeída de la azada, de la hoz, de las ollas, de la ropa sucia y de las oraciones.

La miro. Miro mis manos y pienso en que mientras muchas mujeres estamos intentando romper el techo de cristal y ganar espacio en la verticalidad, otras, las más, aun dan pasos hacia adelante a ras del suelo, en la diaria horizontalidad. En la horizontalidad diaria las mujeres de mi aldea siguen siendo labriegas, trabajadoras domésticas, asistentes sociales y enfermeras y, en muchos casos, empleadas de una conservera o de una fábrica de cerámica. Aun ahora no sería tan desproporcionado aplicarles aquella observación que había hecho la inglesa GasquoineHartley cuando en 1911 viajó a Galicia: “Las gallegas son trabajadoras. Ya lo eran en el pasado y siguen siéndolo hoy. Tienen el mismo nivel de los hombres y más que cualquier mujer de otro país que yo conozca. Son enérgicas, independientes y con mucho coraje…, todo esto añadido a la ternura que muestran en su trato con los hijos”.

En los escritos de reivindicación de la visibilidad de las mujeres gallegas, Pardo Bazán, veinte años antes, le habría dado la respuesta adecuada al porqué de esa independencia y de la relación con el trabajo del que habla Hartley: “a la mujer gallega la emancipó una emancipadora eterna, sorda e inclemente: la necesidad”.

Ahora, sin que esa necesidad sea tan apremiante, las manos de mamá pasan, por fin, las hojas de un libro o acunan los sueños de su nueva nieta, que quizás de aquí a un tiempo sí levante los brazos intentando escachar el techo de cristal.

Texto y fotografías: Anxos Sumai.
“Mans traballadoras”, emitido en la sección semanal “Perigosamente normais”, del Diario Cultural de la Radio Galega (9 de marzo de 2006)
Fotografía: Mamá, Oeste (febreiro de 2014).